Monday, February 20, 2012

El peligro de enamorarse de un vampiro.

Su nombre es Lestat. Lo conocí una tarde de domingo en la librería nacional. Se presentó con un extraño acento francés. Lo invité a tomar una taza de café y aceptó, extrañamente jamás probó su café. Nos seguimos viendo desde ese día; solía aparecer en las noches y nuestras veladas se extendían hasta las dos de la mañana.
Algunas veces me pide que cierre los ojos y lo hago con gusto, aunque sé que no me besará y solo sentiré una leve punzada en mi cuello. Los médicos no logran explicar mis bajas plaquetas y mi sangre renovada.
Me ha besado en un par de ocasiones; su aliento siempre huele a sangre y sus labios son fríos, pero sus besos son calientes y peligrosos, sus continuas mordidas han dejado cicatrices en la cara interior de mis labios.
En una calurosa noche de enero se apareció frente a mi en una discoteca, tomó mi mano y me sacó del lugar hasta un lugar alejado y oscuro; allí me abrazó por la cintura con fuerza y nos elevamos por los aires. Recorrimos la ciudad de noche, aferrada con fuerza a su delgada figura, temerosa de las alturas abrazada a un cuerpo frío como el mármol.
En una oscura tarde de domingo apareció de nuevo, esta vez en mi cuarto; de nuevo me tomó por la cintura y me cargó, me sentí como una chiquilla cuando me aferré a él. Esa tarde nos besamos hasta la saciedad.
Él nunca me ha dicho lo que es, pero yo lo sé: es un vampiro y nunca ha sido necesario decirlo o preguntarlo, él también conoce mi secreto: amor.
Me enamoré de un vampiro, es un hecho. Lo dicen mis ojeras, lo grita mi pálida piel, me lo recuerda mi aversión al sol y mi somnolencia en el día.

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