Friday, August 17, 2007

Los delirios del general.

Recordando su viejo gobierno de difuntos y flores, reposaba el general en su mecedora mientras fumaba aquel tabaco que le había prohibido el doctor. Observaba con detalle el cuarto hasta que lo vió frente a él: El joven anarquista que atormentaba su vida desde muchos años atrás, cuando era un general activo, comandaba las fuerzas militares y empezó a padecer de esquizofrenia; su mente jugándole una mala pasada, había creado ese personaje salido de la nada y que no lo dejaba en paz. "Por tú culpa miserable canalla, estoy reducido en esta silla" gritaba el general al joven, que se reía del anciano, "Deja de hacerte el santo fascista descarado, tu sabes que tienes la conciencia sucia, negra como el carbón".

Años atrás, siendo aún capitán del ejército, bajo el mando de un coronel cuyo nombre no recordaba, daba ordenes a su pelotón de matar a todo aquello que se moviera. El joven de chaqueta de cuero que tenía al frente suyo le recordaba esa escena una y otra vez; "por tú culpa murieron muchos inocentes" - decía mientras miraba por la ventana - "y mirate ahora, un pinche anciano decrepito que no puede valerse por si mismo". El anciano observando la altanería del joven anarquista, bajo su cabeza y dijo en voz baja "Quisiera volver el tiempo atrás y no dar esa orden, pero ahora es tarde, ya no puedo pedir perdón ni aceptar mi culpa públicamente".

Friday, August 10, 2007

Delirios humanos: De la tentación y otros demonios.

¿Quién no se sintió tentado alguna vez por alguien que no debía? El amigo o amiga en una noche de tragos, el niño o niña que parece un angelito y que acaba de conocer, al que vió accidentalmente en ropa interior, el novio de la mejor amiga o el novio de cualquier amiga, mejor dicho, tentaciones es lo que hay y están por todos lados.
"Dulce regalo que santanas manda para mí", dice la canción Lolita de la orquesta mondragón, y así suena esa frase en la cabeza cada vez que esa persona entra por la puerta, aparece frente a nosotros o hablamos con ella.
Es dura la batalla contra este demonio, tal vez uno de los más fuertes, aún más fuerte que el mismo amor, es como un niño hambriento cuando le ponen un pastel al frente y le dicen que no lo coma; en la batalla contra la tentación muchos pierden, pocos ganan y los que pierden ruedan cuesta abajo hacia un circulo vicioso, si lo hice una vez, ¿porque no hacerlo dos?

La tentación es excitante, atrevida, enviciadora y para los que caemos en ella, una experiencia más anotada en el libro de nuestras vidas.

Wednesday, August 08, 2007

Un día común y corriente en Bogotá. Parte 2.

Estando en la universidad, fuí a buscar quien me descagaba una deuda que me aparecía en el sistema, encontrandomé con la señora que atiende en caja que me dice de la forma más descarada "Yo no sé a quien le tiene que pasar eso, pero esa persona se la quita del sistema". Sabiendo perfectamente lo ineficientes que son los trabajadores del sector público en Colombia, me quedé callada y me fuí al otro edificio de ingeniería a ver que razón me daban; cuando llegué donde la secretaria del departamento me dijo "yo no sé de que me está hablando, conmigo no es", nuevamente odié a los trabajadores ineficientes del sector público y pensé "luego se preguntán porque privatizan las entidades estatales". Después de mucho preguntar, por fin llegué donde era y la señora simplemente me pidió el papel y lo puso en un rincón del escritorio.

Salí de la oficina y decidí pasar a saludar un profesor, en el momento que llegué estaba calificando la monografía de uno de sus estudiantes candidato a grado en septiembre. Lo saludé y dejé que siguiera revisando la monografía, mientras tanto me senté en una silla a esperar. Al rato el profe puso de tema de conversación los estudios de postgrado, estaba convenciendo al muchacho de seguir estudiando, y de hacerlo por fuera de Colombia.
Estabamos en medio de la charla cuando entró el otro profesor con quien comparte oficina (el profesor al que fuí a saludar), seguido de los ingenieros que le ayudan en la obra del nuevo edificio de ingeniería. No pude evitar sentir cosquillas en la espalda cuando ví a uno de los ingenieros que entró a la oficina: de unos 25 años, estatura media, complexión delgada con espalda ancha y unos ojazos azules que le iluminaban el rostro y contrastaban con sus rosadas mejillas. No podía evitar verlo de reojo, más cuando en la Universidad Nacional escasean los hombres atractivos.
Me dí cuenta que él también me estaba mirando, en esas los profesores dijeron que fueramos a tomar algo, yo no cruzé palabras con él, pero si cruzamos muchas miradas y creo que los profesores se dieron cuenta, entonces el profesor que fuí a visitar me preguntó por mi novio, hecho que me abochornó un poco, agaché por un rato la mirada pero al rato seguí viendolo.

Me queda ese rostro grabado en la mente, en especial sus ojos azules y no estoy diciendo que me haya enamorado a primera vista ni nada de eso, aunque en mi mente se me haya formado tremendo video a lo 'precious ilusions' de Alanis Morrisette. Simplemente me pareció lindo y el hecho de estar a dieta no implica que no pueda ver el menú.

Iba saliendo de la universidad cuando se me ocurrió llamar a mi mamá. Al llegar donde siempre hago las llamadas, me dí cuenta que mi busqueda había terminado: el muchacho que vende minutos también vende películas de cine-arte y allí encontré Los puentes de Madison con Clint Eastwood, estoy ansiosa ahora por verla y mientras hablaba con mamá me encontré a un amigo que me estaba buscando. Como a las 6p.m estabamos esperando el bus y todos pasaban repletos, hasta que por fin pasó uno que llevaba espacio en el pasillo.

Un día común y corriente en Bogotá.

Sonó el despertador, pero yo sentía frío. No quería levantarme y como de costumbre, saqué el brazo izquierdo para saber que tanto frío estaba haciendo; guardé nuevamente el brazo debajo de la cobija y seguí durmiendo.
Cuando me desperté de nuevo eran las 9:30 a.m. Tenía hambre, pero en vez de prepararme desayuno me metí al baño. Me miré en el espejo y recordé que era día de lavarse el cabello mientras lo tocaba con la mano derecha.
Como era tarde y no aguantaba salir con el cabello mojado, entonces lo cepillé y me vestí de negro, como lo hago cada dos o tres veces en la semana, así me molesten con el cuento que tengo muerto el canario. Salí al centro, bajé por la calle 17 hasta llegar a la séptima, compré las cosas de aseo que hacían falta y volví a subir, eran como las 12 del medio día, entonces decidí hacer algo que casi nunca hago y es comer antes del almuerzo, asi que me comí una dona que estaba fría pero blanda y cubierta de maní con chocolate.
Estando en el apartamento, recordé que no tenía nada preparado y salí a comer al corrientazo que queda a media cuadra del apartamento, pero el sitio estaba a reventar, así que fuí a almorzar a un restaurante que queda más adelante, por la calle 19; el sitio estaba casi lleno y el almuerzo es como $1000 pesos más caro que en el corrientazo, de todas formas entré.
Me senté en la única mesa con dos sillas que estaba desocupada y esperé a que me atendieran; al rato llegó la niña con su libreta y me dijo el menú, en el cual se incluía pimentón relleno, que me llamó la atención y pedí ese menú. No sé si fue el stress de la mesera en el momento, consecuencia del restaurante casi lleno con clientes llegando o la voz con acento italiano de su jefe, pero ella entendió que yo no quería pimentón, de modo que me dijo: "si no quiere pimentón le puedo traer arroz o otra cosa", y entonces le dije que sí quería pimentón y que me trajera el menú tal como decía la pizarra a la entrada del restaurante. Al instante, me trajo la limonada con la panelita de postre; poco después trajo la sopa, una crema de zanahoria con fosforitos encima.
Terminé la sopa y aún no llegaba la bandeja; pasaron como diez minutos y nada, hasta que el dueño del restaurante (que también atiende) me preguntó si ya me habián atendido, a lo que dije "sí, pero sigo esperando el seco". Cuando la mesera vió que me queje con su jefe, vino y me trajo un platico con frutas como para despistarme y al rato trajo por fin el bendito seco.

Salí a tomar el bus, encontrandomé con el drama que sufrimos a diario los usuarios del transporte urbano: los berracos buseteros que ponen sus busetas en todo el paradero y se quedan ahí a calentar puesto, esto es lo más odioso y detestable del mundo, pero a ellos parece no importarle. En fin, caminé una cuadra y lejos del paradero tomé por fin la bendita buseta. Me tuve que sentar en la ultima fila (la de los músicos como dicen en mi tierrita), donde estaba el único puesto desocupado y me dediqué a observar a la gente que iba en el bus mientras me movía para que el tipo que iba a mi lado se despertará y no se me durmiera encima del hombro. Como siempre había un trancón del carajo pero alcancé el banco abierto y después me fuí para la universidad, con la sorpresa que no encontré el atajo para llegar rápido y entonces tuve que dar la vuelta larga.